Una luz en Melilla y otra en Marruecos y poco más que compartir
RPRESS Manuel Rus. Melilla, 4 julio 2021 (EFE).- La entrada al puerto de Melilla tiene la particularidad de que se señala con una luz en zona española y otra en Marruecos, país con el que desde el cierre de la frontera hace 15 meses la ciudad no comparte casi nada más y cuando hasta entonces el trasiego diario fronterizo era de 35.000 personas y 6.000 vehículos.
Las bocanas o entradas a los puertos se marcan con una luz verde a la derecha y roja a la izquierda, y una vez superadas, los barcos que van a Melilla viran a la derecha (estribor en argot marinero) y los que van a Nador en la otra dirección. No se cruzan, no se mezclan, igual que en los pasos fronterizos completamente cerrados.
«No compartimos nada con el puerto de Nador», admite a Efe el capitán marítimo de Melilla, José Miguel Tasende, a pesar de que podrían usar de forma común los remolcadores o los prácticos, que son los barcos que ayudan a los grandes buques en las maniobras de atraque.
Ambos puertos están colindantes dentro de una misma ensenada artificial creada tras el paulatino crecimiento de los diques de ambos países, y la frontera española está dentro de ese espacio, en el Dique Sur, un espigón junto a las instalaciones portuarias de Nador con una valla de seis metros de altura y permanente vigilancia policial.
Junto a ese espigón está el paso fronterizo más importante entre Melilla y Marruecos, el de Beni Enzar, donde hace una semana se manifestaron medio millar de personas para pedir al rey Mohamed VI que la abriera y que no tuvieran que ir hasta la península para luego viajar a Nador, lo que hacen los más pudientes.
Las empresas de transportes explican que ese mismo recorrido es el que hacen algunas de las mercancías que llegan a Melilla, donde el paro es del 21,5 % y de hasta el 47 % entre menores de 25 años.
«Compartir servicios sería muy beneficioso para ambos puertos y sería lo normal con otro país europeo, pero en Melilla hay un problema insalvable: Marruecos no reconoce a la ciudad como española», resume el capitán marítimo, quien añade que el país vecino trazó unas aguas territoriales propias que dejan al puerto melillense dentro de sus límites.
El presidente de la Asociación Andaluza de Empresa Familiar, José Luis Martínez, dueño de una empresa de transporte, por su parte, explica que a Melilla, desde el cierre de la frontera, «solo entra lo que se consume», que es menos de la mitad de lo que ocurría antes.
La Autoridad Portuaria precisa que los pasajeros que han entrado o salido por el puerto han descendido a una cuarta parte este año respecto a un año normal, cuando transitaban hasta 840.000 pasajeros.
Desde la Ciudad Autónoma se quejan de que Marruecos quiere «ahogar» a Melilla, cuya relación comercial con el país vecino es fundamental para su economía, y el Gobierno central ha anunciado un plan específico para las dos ciudades españolas de África ante ese panorama económico y por otras circunstancias sociales.
Entre ellas, el Gobierno alude al «vuelco demográfico» por los flujos migratorios y la densidad de población de origen marroquí que reside de manera irregular en estas dos zonas españolas limítrofes con Marruecos, lo que provoca «polarización» y una «brecha social en aumento».
El Centro de Investigaciones Sociológicas afirma que el 50 % de los 85.000 habitantes de Melilla son musulmanes, el 40 % católicos, el 7 % «no afiliados», el 2 % ateos y el 1 por ciento judíos.
El Gobierno alerta de unos «sentimientos xenófobos» incipientes y del «desapego hacia el Estado», y se reconoce que los servicios públicos de los que se nutren ambas ciudades están «infradotados».
Para ello, el plan que se quiere presentar antes del fin del verano propone una reforma del régimen económico y social de ambas ciudades, así como la posibilidad de incluirlas en la Unión Aduanera, aumentar los beneficios fiscales, mejorar las conexiones con la Península y potenciar la actividad portuaria.
CIUDADANOS ATRAPADOS
La ciudad española, que hace gala de la histórica convivencia de culturas, está atrapada desde el cierre de la frontera en sus doce kilómetros cuadrados de territorio, que se delimitó con dos disparos del cañón El Caminante en 1862.
La crisis fronteriza de Ceuta de hace mes y medio, cuando entraron desde Marruecos más de 10.000 personas de forma ilegal, ha agudizado los problemas entre ambos países.
Desde el fin del estado de alarma, los melillenses solo pueden salir en barco o avión a las localidades españolas con las que hay conexiones directas.
Pero los senderistas se tienen que conformar con los paseos repetidos una y otra vez y no pueden ir al vecino monte Gurugú, lo mismo que los ciclistas, los navegantes o incluso los buceadores, atrapados en los límites de la ciudad.
Tampoco pueden salir los miles de marroquíes con familia en pueblos vecinos, ni los que aprovechan los fines de semana para ir a Nador y a otros pueblos vecinos a tomar pescado mucho más barato que en Melilla o a disfrutar de las fantásticas playas marroquíes de aguas templadas y transparentes, en las que se puede elegir entre calas vírgenes o extensos arenales.
Otra costumbre que tienen prohibida desde hace quince meses es ir los domingos al barrio chino de Marruecos, que está justo al pasar un paso peatonal de la frontera para comprar productos frescos, como verduras, frutas o marisco.
Para paliar esta situación, los melillenses caminan o corren arriba y abajo por los dos kilómetros de su paseo marítimo o casi la misma distancia que hay entre la cala de Horcas Coloradas y Melilla la Vieja o El Pueblo, como conocen los locales al laberinto de calles, muros y fortalezas históricas de los primeros asentamientos en la zona.
También se entretienen con las tiendas (las que no han cerrado por la crisis) del centro, que pelea por ser declarado Patrimonio de la Humanidad gracias a los 900 edificios art decó y modernistas, lo que convierte a Melilla en la segunda ciudad española tras Barcelona en inmuebles de este tipo.