Europa/Magreb/Sahel: un espacio de oportunidades y desafíos

RPRESS  Lahcen Haddad. ATALAYAR. 28 enero 2022.- Una visión general de la zona que se extiende desde Ziguinchor (Senegal), Nema (Mauritania), Sikasso (Malí), Diffa (Níger) y Moundou (Chad), en el sur del Sahel, hasta el Ártico, en el norte de Finlandia y Suecia (las fronteras septentrionales de la Unión Europea), pasando por los países del norte de África, el Mediterráneo y el sur y centro de Europa, abarca una superficie de más de 14 millones de km2, una población de algo menos de 800 millones de habitantes (si contamos sólo los 27 países de la UE en Europa), un PIB global de 13,8 billones de dólares (de los cuales menos del 5% para el norte de África, menos del 1% para los 5 países del Sahel y el resto para Europa), una gigantesca zona marítima, y recursos de gas, petróleo, agricultura, uranio, productos industriales, artesanía, etc., y, por supuesto, un rico y diverso patrimonio cultural y ecológico.

No cabe duda de que existen enormes diferencias entre el Norte, el Centro y el Sur en términos de riqueza, prosperidad, gobernanza, sistema político y avance tecnológico. Pero la geoestrategia es el arte de ir más allá de las diferencias para identificar posibles intereses más allá de las divisiones circunstanciales. La reflexión sobre la geografía en función de los intereses cercanos y lejanos requiere un enfoque prospectivo que vaya más allá de los temores y ansiedades del presente, alimentados por el populismo, el «pensamiento de fortaleza», el soberanismo y el aislacionismo, tendencias que son la antítesis de la globalización, una de las principales fuentes de riqueza para los países del Norte.

La búsqueda de complementariedades en este espacio Sahel/Magreb/Europa es una respuesta estratégica a los retos del presente y del futuro. Pensar de forma diferente significa transformar las fronteras en oportunidades para abrirse a otros horizontes, ciertamente arriesgados, pero llenos de promesas en términos de prosperidad compartida, seguridad y destino común. Debe producirse un cambio de paradigma para que los países del Sur dejen de ver a Europa como un ‘El dorado’ que hay que «conquistar», y los países del Norte dejen de ver la zona del Magreb/Sahel como un coto que hay que controlar para beneficiarse de su mano de obra, sus recursos y sus mercados locales, por un lado, y para externalizar la gestión de los flujos migratorios y las amenazas terroristas, por otro.

El tiempo del «destino manifiesto» y de las «misiones civilizadoras» de Europa ha terminado. Por otra parte, los países del Sur deben aprender a superar los traumas del colonialismo reconciliándose inteligentemente con el pasado, mediante un ejercicio de cuestionamiento de la memoria colectiva, y una especie de apropiación de la historia con sus dolores y sus momentos de gloria. Buscando un término medio entre la demonización del «hombre blanco» con fines protocolonialistas y las imágenes estereotipadas del árabe, musulmán o negro pérfido, violento, lascivo e incluso grosero (heredadas de un orientalismo que sigue alimentando algunas mentes europeas a pesar de las duras críticas de Edward Said) se puede construir un nuevo paradigma, basado en valores compartidos, diferencias respetadas y un destino común inteligentemente decidido.

Las malas noticias del Sahel (terrorismo, golpes de Estado, conflictos étnicos, inmigración ilegal, tráfico de personas) no deben eclipsar el desarrollo humano sostenido de las dos últimas décadas, incluidos los avances en sanidad, educación y lucha contra la pobreza (véase Yasmin Osman (AFD), «Sahel: más allá de los conflictos, un verdadero desarrollo económico y social» The Conversation, 24 de octubre, 2021. ) «El PIB saheliano se cuadruplicó entre 1990 y 2020 y, también en el período reciente, la región ha tenido una de las tasas de crecimiento económico más altas de África (en torno al +4,8% anual de media desde 2010)», señala Osman en el mismo artículo. Según el economista de la AFD, esta dinámica se debe al crecimiento de la agricultura, al aumento de las inversiones, al dinamismo de los servicios, los transportes, la construcción y otros sectores, y al elevado coste de las «materias primas extractivas» que produce la región.

La UE, además de Marruecos, Argelia y Egipto (y, por qué no, Nigeria), debe aprovechar esta dinámica, en coordinación con los países sahelianos y en consulta con las poblaciones, para poner en marcha un verdadero plan de recuperación económica transformadora, cuyos pilares sean las infraestructuras, la mejora del acceso a los servicios, el espíritu empresarial de los jóvenes y las mujeres, el empleo, el desarrollo de los servicios y la industria y la mejora de las ciudades. El enfoque debe ser integrado, ascendente (no descendente), sostenible y duradero, ya que abordaría las necesidades reales de los jóvenes, las mujeres, los grupos marginados y las clases medias. La ayuda al desarrollo sigue estando plagada de la famosa «captura de las élites» (los que «saben» asumen el papel de intermediarios y la parte del león de la ayuda al desarrollo). Es necesario invertir en una ayuda al desarrollo socialmente rentable, basada en un auténtico compromiso ciudadano y una responsabilidad social sostenida.

Los países del norte de África, al estar cultural, política y geográficamente cerca del Sahel, están bien posicionados para actuar como «intermediarios del desarrollo». Marruecos tiene una fuerte influencia cultural y política, basada en vínculos históricos que se remontan a la Edad Media, y un creciente interés económico, con inversiones públicas y privadas. Argelia tiene amplias fronteras con gran parte de los países del Sahel. Egipto (además de Túnez y una Libia pacífica, estable y próspera) puede desempeñar un papel de locomotora para la parte oriental del Sahel.

Pero el Sahel no es simplemente una región a la que hay que ayudar, sino un potencial que hay que desarrollar, una reserva de recursos naturales y humanos que hay que explotar, un espacio de oportunidades y de posible prosperidad que hay que imaginar, todas ellas bazas para una Europa que envejece y que busca un espacio geoestratégico vital, para un Norte de África que se desarrolla y se busca a sí mismo, y que acabará uniendo sus fuerzas y creando una gran zona de intercambio que necesitará que su vecindad del sur ponga en común sus activos y combine sus esfuerzos para afrontar los retos y decidir una visión global común de prosperidad y desarrollo sostenible.

El Sahel-Magreb-Europa es un espacio por construir, una idea por desarrollar, un proyecto por alimentar. Debe crearse un triple mecanismo 5+5+5 entre las tres zonas (España-Francia-Italia-Malta-Portugal +Argelia-Libia-Marruecos-Mauritania-Túnez +Burkina Faso-Mali-Mauritania-Níger-Chad), como marco regular de intercambios y reflexión sobre las cuestiones de buena vecindad, prosperidad compartida y futuro sostenible para todos. Es en este marco donde deben abordarse grandes retos como la inmigración, el tráfico de personas, la delincuencia organizada, el terrorismo, la desertización y el cambio climático, el Islam en Europa, etc. Por ello, es necesario que participen los principales actores de cada región, sobre todo Alemania en el lado europeo, Egipto en el lado norteafricano y Nigeria en el lado del Sahel.

Si nos atrevemos a salir de los caminos trazados, podemos transformar los retos en oportunidades. Este gran espacio que abarca desiertos, mares e icebergs puede convertirse en una fuente de esperanza para las futuras generaciones de magrebíes, europeos y saheloafricanos. Es ciertamente un sueño, pero un sueño alcanzable. Todo lo que se necesita es el liderazgo necesario y el valor visionario para lograrlo.

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